En los próximos cinco años, la demanda global de electricidad podría incrementarse al punto de igualar el consumo energético actual de todo Estados Unidos.
Esta aceleración está siendo impulsada en gran medida por el crecimiento exponencial de la inteligencia artificial (IA), cuyos modelos requieren centros de datos masivos y potencia de cómputo continua, lo que está transformando radicalmente el panorama energético mundial.
En este contexto, sorprende que el sector minero represente hoy menos del 1% del valor total del mercado bursátil global.
Históricamente, la minería tuvo un rol mucho más relevante en términos económicos.
Esta desconexión entre su valor estratégico y su peso financiero actual plantea serias preguntas sobre cómo el mercado valora los activos físicos frente a los digitales.
La minería, sin embargo, es mucho más que extracción de recursos: es una actividad clave para garantizar la seguridad nacional, la estabilidad energética y la soberanía tecnológica. Los minerales críticos como el litio, el cobalto, el cobre, el níquel y las tierras raras son indispensables para la fabricación de baterías, paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y semiconductores.
Sin un suministro confiable y estratégico de estos materiales, la transición energética global y el desarrollo tecnológico serían inviables.
Al observar la capitalización bursátil, la subvaloración del sector minero se vuelve evidente. Todo el sector energético estadounidense tiene un valor inferior a la mitad del de la mayor empresa del mundo.
Y si miramos la minería en concreto, el contraste es aún más marcado: Apple, por sí sola, tiene una valoración 11 veces superior a la de todo el sector minero de Estados Unidos.
Estos desequilibrios reflejan una desconexión creciente entre el valor percibido de los activos digitales y la importancia estructural de los activos físicos.
En un mundo donde la infraestructura energética y tecnológica depende de recursos tangibles, los activos materiales —como la minería— podrían estar a las puertas de una revalorización significativa.
Reevaluar el papel estratégico de los recursos naturales no es sólo una necesidad económica, sino una cuestión de planificación nacional a largo plazo.