Este 11 de septiembre se cumplen 24 años de los atentados que redefinieron la seguridad global, transformaron la política exterior de Estados Unidos y dejaron una huella indeleble en la economía mundial.
Los ataques, perpetrados en 2001, acabaron con la vida de 2,977 personas, en lo que sigue siendo el mayor acto terrorista de la historia contemporánea.
El costo humano
Las cifras son elocuentes. En Nueva York, el colapso de las Torres Gemelas se llevó consigo a 2,606 personas, entre ellas 343 bomberos y decenas de policías que acudieron al rescate. En el Pentágono murieron 184 personas, mientras que el vuelo 93 de United Airlines, derribado en Pensilvania tras la heroica resistencia de sus pasajeros, sumó 40 víctimas. En total, 265 personas perdieron la vida a bordo de los cuatro aviones secuestrados.
Las víctimas provenían de 115 países. El rango de edades iba desde una niña de 2 años hasta un hombre de 85, lo que refleja la dimensión indiscriminada del ataque. Ese día, más de 3,000 niños quedaron huérfanos de padre o madre.
El heroísmo en medio de la tragedia
Más de 400 socorristas murieron en acto de servicio, entre ellos 60 agentes de seguridad. Su sacrificio puso de manifiesto que, incluso en el momento de mayor incertidumbre, la vocación de servicio prevalece sobre el instinto de huida.
Consecuencias persistentes
La tragedia no terminó con el derrumbe de las torres. Los efectos sobre la salud continúan dos décadas después: más de 1,400 rescatistas han fallecido desde entonces por enfermedades derivadas de su exposición en la Zona Cero, y al menos 1,100 personas han desarrollado cáncer vinculado a aquel entorno tóxico.
Un recordatorio permanente
El 11 de septiembre no es solo una fecha en el calendario; es un punto de inflexión. A nivel humano, simboliza el dolor de las familias y la resiliencia de quienes sobrevivieron. En el plano económico y geopolítico, marcó el inicio de una nueva era de seguridad, regulación y cooperación internacional, cuyos efectos se sienten aún hoy en los mercados, las aerolíneas, la infraestructura financiera y la política energética.
Dos décadas después, el recuerdo de los 2,977 fallecidos sigue vivo.
Sus historias no solo nos invitan a la memoria, sino también a reflexionar sobre la fragilidad de nuestras instituciones y la importancia de la unidad frente a la adversidad.