Aquella imagen de la caída del muro de Berlín fue un broche de oro, la escenificación visual de un largo y complejo proceso, de una larga confrontación de dos formas antitéticas de entender el mundo, poniendo al descubierto en Europa la auténtica realidad de un sistema socialista-comunista. A partir de ese momento se apoderó doctrinal y prácticamente de la sociedad occidental, “liberal y democrática”, un desbordado pensamiento optimista, en cuanto a que quedaban relegadas al pasado las utopías marxistas, y que la natural evolución de nuestras sociedades “multiculturales”, “tolerantes” y abiertas sería indefectiblemente en la dirección de convivencias pacíficas estructuradas en torno a sistemas de tipo parlamentario alternantes, en función de pacificas elecciones ciudadanas.
“El fin de la historia” se afirmaba en algunos círculos académicos y políticos siguiendo el titulo del famoso ensayo de Fukuyama.
Como todo optimismo acrítico más allá de un contexto, descubrimos que efectivamente toda gran “cosmovisión” o teoría, cuyos postulados y fines son semejantes a una neo religión, con todas sus dogmas, profetas y textos sagrados, no desaparece únicamente porque se derrumben sus estructuras “temporales o coyunturales”, siempre habrá según las creencias dogmáticas, como en toda teología que se precie, nuevas oportunidades para detectar los errores y corregirlos para volver a intentar imponer sus utopías. Eso es lo que ocurrió con algunas formas de marxismo residual tras el derrumbe económico, y social del sistema.
Cada creyente buscó en varias ocasiones y momentos distintos el acomodo para no desaparecer ante el fracaso de sus sistemas. Unos, como el PCC abrieron las puertas a una revolución capitalista en su economía, conservando la ortodoxia y hegemonía política del partido comunista, tras liquidar inmisericordemente a toda oposición, era necesario para compensar la inoperancia económica del sistema socialista, y dieron paso al “milagro chino”, que no fue más que permitir que los ciudadanos chinos se pusieran a ganar dinero para sí mismos. Las consecuencias de este experimento están todavía pendientes.
Otros atenuaron sus “ideales”, como ya venían haciendo, pragmáticamente, tras los atropellos políticos de Hungría y Checoeslovaquia, apareció el llamado “eurocomunismo”, y de ahí se centraron en la “batalla cultural”, alterando los actores del drama social del clásico discurso de “lucha de clases”, el binomio obreros-patrones, por el de oprimidos y opresores, raza, sexo, credo… Sin apearse de sus teoremas, la clave es la dialéctica de la oposición, no olvidemos que se trata de una “religión” la lógica cuenta poco.
A partir de ese punto los conversos irían invadiendo las instituciones académicas, siguiendo los nuevos postulados derivados de la visión socialista de Gramsci y demás neo profetas, copando puestos en las administraciones publicas.
Por fin, otros, quieren imponer su credo en unos territorios concretos, y de ahí dar el salto al resto del mundo, aprovechando el desequilibrio cultural, económico y social de ciertas zonas del mundo, para imponer sus llamadas “fórmulas de desarrollo y “progreso”. Lo que ha variado en este asalto es el procedimiento utilizado: buscan, utilizando los medios liberales convencionales de acceso al poder, para dominar las instituciones establecidas y desde ahí derrocar el sistema político vigente e imponer un modelo de dictadura popular, prometiendo una sociedad más justa equitativa y prospera para todos los miembros de la colectividad.
Este es el llamado “Socialismo del siglo XXI” representado por esos grupos coordinados y financiados por instituciones como “El foro de Sao Paulo” o “El grupo de Puebla”.
Es en este punto en el que quiero centrarme para destacar que estamos ante un momento tan decisivo para el desarrollo político de todo un continente que me atrevo a afirmar que es tan trascendente como lo que represento la caída del muro de Berlín.
Las consecuencias de lo que se está jugando en Venezuela, de conseguir expulsar a la dictadura social comunista de Maduro y su cuadrilla de narcos, serían equivalentes y proporcionales a las que vimos en su día con la caída del comunismo en todos los países del este de Europa. El gran obstáculo para el triunfo de la causa ciudadana venezolana en este momento es que este movimiento ha pasado ya a formar parte de ese enfrentamiento geopolítico a escala mundial, esta llamada segunda guerra fría, entre Occidente y el eje totalitario, China, Rusia, Irán, Siria, y Corea del Norte, geopolíticamente unidos en su aversión al enemigo común.
La trascendencia del colapso del régimen comunista venezolano va mucho más allá de sus fronteras, no hay más que ver el interés, en ocasiones desvergonzado de otros dirigentes ostensiblemente simpatizantes, comunistas o socialistas, como se quiera, en que no desaparezca Maduro del concierto político sudamericano. No es casual que sean Lula da Silva de Brasil, socialista condenado por corrupción e indultado políticamente (algo que en España sabemos bien como se hace) Gustavo Petro de Colombia, ex narco terrorista y actual presidente en minoría, o López Obrador de México, socialista y demagogo, cuyas redes y contactos con grupos relacionados con en el trafico masivo de drogas, todos ellos saben que su futuro, y la ideología que representan, en ese plan colectivo de Sao Paulo o Puebla, de convertir a América central y del sur en un gran estado comunista, estaría amenazado de muerte si fracasa tan rotundamente en Venezuela, con toda la parafernalia de violencia y corrupción. Venezuela hace mucho tiempo esta arruinada y quebrada en todos los sentidos. No es nada nuevo, que un país como Venezuela, de tales recursos, del cual han huido casi ocho millones de personas es una realidad deprimente, lo novedoso en esta ocasión, es que ha conseguido atraer la atención mundial por una parte y el absoluto hastío y hartazgo de los habitantes que le quedan dentro del país amenazando con una guerra civil por otro.
Es evidente que el apoyo al cambio, propiciado por sus colegas colombianos mexicanos o brasileños, está motivado más por afán de supervivencia propia que por convicciones democráticas. Es obvio que si persisten en que continúe tal déspota controlando la situación de la forma más descarnada, es porque sus propios puestos en sus países respectivos peligran. Esta explosión popular esta agitando las aguas en toda Sud América como nada lo había hecho en mucho tiempo, y sobre todo tras el triunfo en Argentina de Milei, desplazando por fin del poder a otro de los adalides del socialismo del siglo XXI. Nada de lo que ocurre es casual. Países que reconocen al gobierno de Maduro: China, Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua… Se explica solo, no sería de extrañar, que por fin el régimen cubano acabe por derrumbarse, o que Ortega en Nicaragua de por finalizada su dictadura. Podrá ser, sino el fin, el principio del fin, de toda esa ideología propiciada por esos grupos políticos encarnados en el Foro de Sao Paulo o el de Puebla, un cierre al paso de ese nuevo eje totalitario mundial y un golpe a ese otro modelo de estado que ha venido a construirse desde hace unas décadas en torno al tráfico de drogas. Un tráfico facilitado y propiciado desde la guerrilla de Colombia vía Venezuela, Caribe EEUU el mayor negocio de Venezuela en estos momentos. México lo dejamos para otra ocasión…
Efectivamente hay mucho en juego para toda Iberoamérica, de cómo se consiga salir de esta coyuntura, dependerá en gran manera el futuro, no solo del continente americano sino de la propia Europa, España muy particularmente. No nos podemos esconder de una realidad pública y notoria, este gobierno actual español, tiene unos lazos muy estrechos con semejantes personajes. Lo que ocurra en Venezuela también nos llegará a España, más de uno y de dos personajes relevantes de nuestro panorama político están inmersos en esa trama de abusos y corrupción. Estamos ante un segundo muro esta vez en Iberoamérica.