Este fin de semana discutíamos sobre el creciente riesgo fiscal en EE. UU. y el repunte en las rentabilidades del Treasury. Pero la verdadera sorpresa ha venido del otro lado del mundo: el aumento de las rentabilidades en los bonos japoneses ha pasado de ser un dato técnico a convertirse en el auténtico “elefante en la habitación”.
Todo se intensificó la semana pasada, cuando los bonos japoneses a largo plazo alcanzaron niveles no vistos en décadas. El bono a 30 años superó el 3 %, algo inédito desde hace 25 años.
Sin embargo, lo realmente preocupante fue el fracaso en la subasta del bono a 20 años: una señal clara de desconfianza. En un país acostumbrado a financiarse a tipos cercanos a cero, que no haya compradores dispuestos marca un antes y un después.
¿Qué está pasando?
Durante años, el Banco de Japón ha sido el principal soporte del mercado, comprando más de la mitad de toda la deuda pública en circulación. Pero ahora, con el fin de los estímulos y el inicio del ajuste cuantitativo (QT), el panorama cambia:
Sin compras del banco central, la demanda por bonos a largo plazo se esfuma, salvo que se ofrezcan rentabilidades mucho más elevadas.
A esto se suma una presión estructural desde varios frentes:
Aseguradoras incapaces de asumir tanta duración.
Envejecimiento poblacional y reducción del ahorro interno.
Reaseguradoras extranjeras deshaciéndose de deuda japonesa.
Incertidumbre fiscal por posibles rebajas del IVA (más déficit, mayor riesgo).
Y una inflación que, aunque moderada, ha sido más persistente de lo esperado.
Además, factores técnicos amplifican el movimiento:
Estrategias apalancadas en la curva y falta de compradores genuinos en los plazos más largos.
El Banco de Japón frente al espejo
La institución parece haber perdido el control sobre el extremo largo de su propia curva de rendimientos. Está atrapada entre lo que ha prometido, lo que ha hecho y lo que exige el mercado.
El mensaje es claro: Japón ya no puede seguir financiándose de forma gratuita indefinidamente. Y este punto de inflexión podría provocar un efecto dominó:
Repatriación de capital desde activos internacionales (como bonos estadounidenses)
Apreciación del yen
Presión creciente sobre los rendimientos a nivel global
Esta historia no trata solo de Japón. Es una advertencia: incluso las economías más sólidas pueden ser puestas a prueba por los mercados si su deuda crece más rápido que la confianza que inspiran.